Son sus palabras las que me llevan caminando en nubes de fe, andando como él quiere para hacer su voluntad.

Son sus palabras las que prenden el motor de mi vida, y las que llevan el volante de mi vida; ellas también son mis ruedas.

Son sus palabras mi única energía y mi única alegría, mi único amor, mi verdad y mi única vida. 

“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6: 63).

Son sus palabras la esperanza que no me avergüenza, y la dicha espiritual que me embriaga, el abrigo que me cubre y el refugio de mi fe en Dios.

Son sus palabras el pan de cada día, mi luz, mi agua y todo mi sustento, el de mi espíritu, el de mi cuerpo y el de mi alma para siempre.

Son sus palabras las que dan vigor a mis huesos, abren mis ojos y me señalan con claridad sus pisadas (Salmos 119: 105).

 

Son sus palabras las que me han dicho que me ama, y que le ame, que me han prometido su gloria y dado la respuesta que me faltaba.

Son sus palabras las que me revelan la verdad de su reino; y por tomarlas, hoy tengo el cielo aquí en mi corazón dentro de mi cuerpo (2 Pedro 1: 4).

Son sus palabras las que me enseñaron que me formó de barro, que puso aliento en mí, y me creó a su imagen y semejanza (Génesis 2: 7).

Son sus palabras que me habla, cuando me dice que me ha perdonado mis pecados, que los hizo blancos, aunque eran rojos, y para siempre me ha salvado (Isaías 1:18).

Son sus palabras – los Salmos, los Proverbios, las Profecías, los Evangelios, las Cartas, el Apocalipsis – las que él me habla, para que le conozca, le adore, le sirva y le ame.

Porque él es mi Creador, mi Salvador y mi Padre, que me habla porque me ama y me quiere siempre con él.   R.